EL ALZHEIMER
Era
un día frío de invierno y mi madre me dijo que tendríamos que ir a la
residencia de ancianos para ver al abuelo, porque acababan de llamarnos por
teléfono para informarnos de que estaba enfermo y su estado había empeorado
últimamente.
Cuando
llegamos, el abuelo no me reconoció, me llamó por el nombre de mi primo y su
mirada era diferente, extraña, como vacía; no sabía qué le pasaba al abuelo, ¡si
me conocía perfectamente! ¿Cómo era posible que no me reconociera si le veía
casi a diario desde el día en que nací?
Más
tarde, mi madre salió del despacho de la directora de la residencia tras hablar
largo y tendido con ella y me dijo que el abuelo se vendría a vivir un tiempo a
casa, hasta que se recuperase, así que teníamos que irnos y organizarlo todo
para que pudiese estar lo más cómodo posible.
A la
hora de la comida, el abuelo estaba muy serio, y eso que siempre a la hora de
comer me contaba historias de cuando él era joven, y nos reíamos un montón.
Parece mentira qué diferente era su forma de pasarlo bien: básicamente se
juntaba con sus amigos en la plaza y se entretenían contándose historias,
gamberradas, tirando piedras, palos y poco más. Sin móvil, ni tablets, ni
consolas…¡qué aburrido!.....¿o no???
Cuando
me fui a la cama, mis padres estuvieron con el abuelo enseñándole los álbumes
de fotos que tenemos de cuando era joven, del momento en que se casó con la
abuela, que murió hace dos años en un accidente de tráfico, del nacimiento de
sus hijos, de sus nietos, de los cumpleaños, navidades, bodas, bautizos,
comuniones….y sólo sonreía, como quien ve una película divertida en la
televisión, ajeno a sus recuerdos.
A la
mañana siguiente salí con el abuelo a dar un paseo y me llevó al quiosco, pero
resultó que cuando iba a pagar por más que rebuscó en sus bolsillos no tenía
dinero, así que nos volvimos a casa sin comentar lo que había pasado. Yo no
quería que él pasara un mal rato ni que se enfadara, bastaba ver la expresión
que llevaba y no hacía más que repetir: yo tenía dinero, me lo han robado,
¡seguro! ¡me lo han robado!
Al
llegar a casa, para cambiar de tema y que se tranquilizase, el abuelo cogió el
periódico, le echó un breve vistazo y se puso a hacer un crucigrama, aunque no
consiguió poner ninguna palabra, así que le hice yo por él. Cada vez entendía
menos qué pasaba, ¿cómo puede una persona olvidar cosas tan básicas, tan de su
día a día?
Por
la tarde, mamá me explicó que el abuelo tenía Alzheimer, que era una enfermedad
degenerativa y que eso le hacía olvidar las cosas, que teníamos que tener
paciencia con él y que habría que ayudarle en lo que pudiéramos, intentar no
contradecirle de forma brusca y sobretodo estar siempre atentos cuando se
acercaba a la cocina y encendía un fuego, cuando salía a la calle él solo a
comprar la prensa o dar su paseo…
A la
mañana siguiente, el abuelo durmió muy bien, se levantó de muy buen humor
y ya empezó a llamarme por mi nombre,
aunque se confundió alguna vez, ¡el abuelo estaba mejorando!, o eso pensaba yo.
A la
semana siguiente el abuelo no podía respirar muy bien, así que le llevamos al
hospital para ver qué le pasaba; una hora después de que le hubieran hecho las
pruebas de sangre, nos dijeron que simplemente estaba resfriado, que nos
fuéramos a casa tranquilos, y que si no mejoraba en una semana que volviésemos
y le volvían a hacer las pruebas.
Y
así fue, el abuelo no mejoraba, así que tuvimos que volver al hospital. El
doctor nos dijo que las anteriores pruebas habían salido mal, y que el con el
paso del tiempo iba a respirar peor, por lo que el diagnóstico era muy malo: le
daban dos meses de vida.
Tres
meses después, el abuelo ya se encontraba muy mal, y le tuvimos que llevar de
nuevo al hospital, donde le daban aire a través de un aparato. Mientras, el
médico nos dijo que solo iba a poder sobrevivir si no se separaba de la máquina
nunca, y que por lo tanto no se iba a poder levantar de su camilla el resto de
sus días.
Estábamos
todos muy tristes, y el médico nos dijo que no podrían dejarle allí, que era
mejor dejarle morir, así que entramos todos a la habitación donde se encontraba
el abuelo para despedirnos de él, aunque ya no nos reconocía a ninguno.
Diez
minutos después, un médico entró en la habitación y le puso una inyección para
que se durmiese, y después le quitaron la máquina que le daba oxígeno, poco a
poco se fue apagando hasta que por fin, tuvo un olvido más, olvidó respirar.
Espero
que ahora el abuelo ya se encuentre con la abuela y vuelva a ser el mismo de
siempre.